Clase 6 Hipertexto


ACME

    Pensar en ello es un inevitable viaje a la infancia, vivida en Córdoba y con todo lo que implica: madre ausente por el trabajo, apenas una sombra de padre, un hermano mayor a cargo, siestas de locuras, conjuros impronunciables en el techo de la vieja casa, las escapadas al Club de Barrio Parque Capital en la bici y luego abandonarlo todo a la hora de los dibus, pero más que nada, a la hora del Coyote.
    La infinita fábrica ACME (cuyo mejor producto fue la imaginación inmensa e inagotable del adorable personaje creado por Chuk Jones) fue siempre un misterio, un templo, un agujero en el tiempo, un portal a otros mundos, un espacio donde se podía habitar lejos de gritos, golpes, abusos, silencios, desafectos.
    La mágica y contagiosa canción de presentación ya predisponía para un paréntesis donde lo único que importaba era ser testigo privilegiado de la esperanzada ocasión en la que el correcaminos sería atrapado  finalmente. Pero esto nunca ocurría y una se quedaba con ese sabor de que cada intento había valido la pena y que habría muchos más, seguramente. Por eso es mi ídolo, jamás dejó de perseguir… diría Serrat…la gloria ni dejar en la memoria de los hombres su canción…en este caso, mi maravillosa memoria de niña.
    Esos pasitos en puntas de pie, esos ojitos que miraban de reojo buscando mi complicidad y la tuya, esas manitos refregándose casi acariciando el éxito, no son imágenes fácilmente olvidables para quien se pasaba un momento perfecto frente a la caja re boba bobeando (y sí)  pero con la certeza de que su ídolo jamás abandonaría los intentos.
   Correcaminos bip bip el Coyote te va a comer…
    Hice muchos intentos también. Y con todos los recursos de la imaginación más algunos aditamentos de la realidad. Lo intenté mucho o poco, con pasión o correctamente, pero lo intenté. Un lacaniano  diría ¿pero lo intentó lo suficiente? ¿Acaso no somos dueños de nuestros intentos de la misma manera que de sus intensidades y alcances? ¿Le satisface eso como réplica?
         Acaso la fábrica ACME esconde su mejor invento y aún no ha sido dado a conocer. Las viejas fórmulas se ven disueltas, vencidas o descubiertas y el reactivo es tan efectivo, tan sintético, tan fulminante que las nuevas generaciones quizás no lo puedan apreciar desde la universalidad digital.
    ¿Qué pasaría si uno dejara de correr por un rato? La vida no se detendría, lógico, hablo más bien de congelar la escena, imaginar que finalmente el coyote obtiene su trofeo… ¿qué sucedería entonces? Tan terrible no creo que sea. Quizás sería inesperado, preocupante, desconocido, sorprendente, gratificante, doloroso, complaciente, y habrá más seguramente algún otro adjetivo más para adicionar.
    Ahora bien, ¿coyote o correcaminos? ¿De quién se huye? ¿A quién se corre? Los intentos vanos de explicar lo inexplicable o de hacer complicado lo simple o de no ver lo que se tiene ante los ojos.  Tal como es la vida misma nuestra de cada día.
    Por ahí escribió alguien que siempre se desea recuperar lo perdido en la infancia y he porfiado que no es así, que crecer significa dejar, no recuperar; es quizás reinventar, reemplazar, recrear tal vez. Ojalá crecer fuera volver al estado de la niñez, donde la placidez de una caricia calmaba todo dolor, donde la promesa de un caramelo era la magia más poderosa, donde la travesura más impensada nos embriagaba de felicidad a pesar de los retos y castigos…
    Se me viene a la mente la canción del genial Pedro Guerra, llamada “Deseo”, cuya letra habla de lo mucho que nos esforzamos por algo pero cuando lo tenemos, nos dan ganas de marcharnos…
   ¿Cuándo dejaremos de marcharnos? Al final la compañía Warner Brothers hizo que el coyote atrapara al correcaminos… y ya nada fue igual desde entonces. Aunque prefiero pensar que sólo fue una broma de algún dibujante mal pago.
    Correcaminos bip bip el coyote te va a comer…

Por Silvia M. Corbella